Parece que el abuelo Donald Trump se encuentra irritable porque el experimento de cambiar vida por plata está fallando. La hoz fatídica se campea, aunque con menor apetito, por todas las edades, y su mecánica pavorosa parece estar saliéndose de madre. Sin embargo, el narcicismo del abuelo Trump, no desaprovecha oportunidad para darle vistosidad a su gimnasia electoral. Ahora lo ha hecho siguiendo los rigores asépticos del momento: lavándose las manos y responsabilizando a la OMS de la hecatombe que avanza. Aunque sabemos que las organizaciones internacionales no son infalibles y que también no son pocas sus inconsistencias y desaciertos, como lo demostró la OMS dando un tibio informe sobre la gravedad del Covid 19, responsabilizarla, así como apoyar a los grupos supremacistas blancos, que protestan armados en los estados donde gobernadores demócratas han implantado medidas de aislamiento, e hilar delgado buscando la fabricación China del nuevo virus, son francamente los recursos de alguien que está entrando en fase de desespero o entusiasmo; es difícil entenderlo, ya que las estadísticas de contagio y mortandad suman el mayor porcentaje en la población afroamericana e hispana.
Las contradicciones de ese gobernante poderoso son múltiples, variadas y peligrosas, y como su mayor preocupación, porque toca también su bolsillo, es el movimiento de la economía, me referiré al portentoso pilar económico del que los analistas expertos en economía y mercados poco hablan porque referirse a eso les puede ser inconveniente; entonces le hacen verónicas de torero al tema o lo tratan con hipocresía, pero no por ello deja de ser esencial en la robustez económica cuya convalecencia actual tanto preocupa. Me refiero al multimillonario flujo de la narco economía que alimenta tantas industrias, macabras y frívolas, y que se ha acomodado muy bien en todos los grupos sociales, favorecida por el recurso complaciente de hacer la vista gorda mientras halla platica.
Por las circunstancias actuales, y por un sentimiento humano de solidaridad, podría no ser el momento de tocar el tema, pero de todas maneras está ahí con o sin pandemia. Lo explicaré con plastilina:
Cuatro días antes de que se conociera el primer contagio de Covid 19 en la ciudad de New York, a pocas calles de Wall Street, un gramo de coca, lista para aspirar, valía US$120 dólares en el mercado callejero; (Ese es el precio que se mantuvo estable, al menos desde el año 2010, cuando según estadísticas Estados Unidos es el país en donde más se consume esta droga: alrededor de 156 toneladas al año, lo que significa el 36% del consumo global. Hoy las noticias advierten que debido a la pandemia su valor se ha disparado). Ese mismo día un barril de petróleo se vendió alrededor de US$40 dólares. Ahora, siguiendo el ejercicio de la plastilina, y solo por curiosidad aproximativa, hago la multiplicación desafiando mis facultades mentales, de cuantos gramos de cocaína caben en un barril vacío de petróleo, bien disimulado, entre un contenedor de salsa de tomate.
No existe en el mundo, ni en la historia de la humanidad, un comercio más pujante, creativo y vigoroso que el de lo ilícito. Es soterrado, mañoso y cínico. Promueve gobiernos de izquierda y derecha, favorece industrias de múltiple índole; se lava así mismo en fervorosas donaciones piadosas, en muchos aspectos complace los altos precios de la educación privilegiada y ha justificado una miserable cultura de la frivolidad moviendo y creando espejismos de riqueza en los que la economía formal ha hecho una especie de concubinato con sus favores invisibles. Si algunas veces hemos visto armarse cruzadas ejemplarizantes en su contra, es porque en el terreno opulento de los mercados rastreros, los contrincantes, de uno u otro bando, se están pisando los callos, o porque las temporadas electorales se acercan y está bien visto por el pueblo que sus candidatos parezcan gente buena.
Ahora que la humanidad entera está a la expectativa de su propia supervivencia, sería bueno, al menos como un recurso paliativo, imaginarnos una economía limpia que no nos arrastre hacia las formas miserables de la competencia bruta. Que no nos empuje a tener que aparentar y hacer piruetas de lagarto para ser reconocidos socialmente. Que nos dispense el no estar obsesionados por el más tener sino por el más querer ser, para ver si de una vez por todas podemos llegar a sorprendernos del vigoroso y real tamaño de nuestra natural y verdadera riqueza original, que es también el único bálsamo que aclara la mirada para entender el paraíso y nuestro lugar en el.
Pedro Villalba Ospina
@taller_bosqueprimario